lunes, 29 de diciembre de 2014

La evolución de las ciudades, del mundo clásico a la actualidad

Las ciudades, al igual que la humanidad, han ido evolucionando con el paso del tiempo y adaptándose a los requerimientos de la sociedad que habita en ellas, cada vez más homogénea por la incontrolable globalización.

Antes incluso de la aparición de Roma o las polis griegas ya existían grandes asentamientos urbanos de población humana como Sidón y Biblos (Líbano), Aleppo y Damasco (Siria), Plovdiv (Bulgaria), Jericó (Palestina) Fayum (Egipto) o la mítica Ur (Iraq), de las que se servían para establecerse y subsistir dejando de ser nómadas.

Estas antiguas ciudades se crearon por la necesidad de estabilidad puesto que el constante flujo migratorio exponía a la humanidad a mayores peligros y así, con la agricultura, la pesca y la ganadería, lograrían un permanente sedentarismo favorecedor de la procreación de la especie humana.

Las primeras ciudades, entre el 9000 a. C. y el 4000 a. C. constaban de casas de muros de adobe pegadas las unas a las otras por las que se accedía a su interior a través por unas escalerillas situadas en lo alto del tejado. Las afueras estaban dedicadas a las zonas de agricultura y granja de animales. Más adelante las viviendas evolucionarían y constarían de más habitaciones y en las ciudades empezarían a erigirse grandes monumentos sagrados, templos, en honor y culto a sus dioses.

Hacia el 3000 a. C. ya empezarían a levantar grandes muros que protegerían a la ciudad de posibles invasiones, ya que las civilizaciones mesopotámicas estaban enfrentadas entre sí y los persas se consolidaban como una gran amenaza.

Así pues, encontramos que las ciudades antiguas servían a grandes rasgos para estabilizarse, encontrar alimento y sentir protección, espiritual y física. Los grandes mercados empezarían a surgir en los corazones de las ciudades también con la evolución de la sociedad y su deseo de progreso y visión artística. Cabe destacar que desde las primeras ciudades aparecidas la humanidad ya tenía gusto por la decoración y sintió el derecho a conservar la propiedad privada decorando sus casas con pinturas y cráneos de animales. El paso del tiempo haría que las fueran decorando con vasijas, platos y otros elementos de arcilla en un primer momento, luego trabajarían los metales.

A partir del 2000 a.C. y especialmente hacia el 1000 a. C. hasta el 500 a. C., con los imperios de Persia y Grecia, empieza a existir una especial sensibilidad por el decoro y el arte, por el perfeccionamiento de las técnicas artísticas y la mímesis con los elementos naturales y lo que consideraban perfecto.
Los números, el placer estético visual, acrecentado en la antigua Grecia, proporcionó a las ciudades planos más ortogonales, cuyas cuadrículas aportaban más espacio para sus calles. Así podía existir un espacio dedicado a cada cosa, mercado para intercambio de mercancías, grandes puertos marítimos para lograr la hegemonía mercantil en el mediterráneo, ágoras o grandes plazas centrales para el ocio de los ciudadanos, escuelas en las que se enseñaba a escribir o filosofar y una acrópolis dedicada a los templos, las mayores y más hermosas construcciones de la época. Las bibliotecas tratarían de almacenar todo el conocimiento que surgiera de las primeras experimentaciones humanas llevadas a la lógica y razón.

Con Roma el plano ortogonal o de cuadrícula se acentuaría más aun, pues los asentamientos de soldados romanos, o legios, daría como fruto futuras ciudades. Los castillos o "castrum" darán nombre a ciudades ibéricas como "Castro" o ciudades británicas como Chester, Manchester, Chichester... y las legios romanas (legiones), darán nombre a ciudades como la francesa Lyon o la castellana León.
Estos asentamientos en principio militares se formaban en grandes y largas campañas de conquista y se lograban trazando dos grandes calles principales que se cruzan en medio de las cuales queda la tienda del general, a imitación de las ciudades, en cuyo centro quedaba el foro, centro político, económico y de culto de la ciudad romana.
Son los romanos, entonces, los creadores del "centro de la ciudad". Ese centro bullicioso de entretenimiento donde convergen la mayoría de edificios importantes para la sociedad de la época y públicos.
El ocio gana terreno, hay que distraer a la población mientras pagan sus tributos, así que los teatros, anfiteatros, circos y termas tenían que sembrar las grandes poblaciones romanas. Pero a diferencia de Grecia, que daba a la ciudad valor de progreso social, Roma daría a la ciudad un valor de grandeza, de imperio. La grandeza del imperio romano y su ejército tenía que verse en las grandes avenidas decoradas con estatuas a sus emperadores, coronados casi como dioses, no, como descendentes dignos de los mismos dioses por linaje, los foros, plagados de templos y zonas de debate político, cultural y de ocio. Termas grandiosas como las de Caracalla, grandes villas donde vivían los emperadores como grandes palacios, y un enorme anfiteatro en el que cupieran hasta 50.000 personas, pues Roma se había convertido en la ciudad más poblada del mundo con 1 millón de habitantes hacia el 100 a. C. y esa cifra no sería superada hasta 1600 años después.

La Edad Media trajo consigo otra visión del mundo y de las ciudades. Se produciría el éxodo urbano y la población dejaría de concentrarse en grandes urbes para poblar pequeños pueblos, villas y aldeas. La visión de que el trabajo dignifica hizo que la gente de bien cristiana abandonara las ciudades, aglutinantes de vicios, lujuria y maldad, y trabajaran las tierras para el señor feudal a cambio de protección. El mundo se convertía en teocentrista, se alejaba de la visión antropocentrista del mundo clásico para cerrarse en una "visión verdadera y única", pues para la iglesia "somos creación de Dios", y así quedaría reflejado en el arte de la época.
Los templos o iglesias dejaban de ser espacios más abiertos como en el mundo clásico para ser espacios diáfanos y cerrados con el románico y hieráticos y verticales en el gótico, para sentirse más cercanos a Dios, y con vitrales por los que solo la luz (y el espíritu santo) pudieran entrar e iluminar el recinto sagrado.
La ciudad, reflejo de la población. Temerosa de lo desconocido. Abandonaron las técnicas de planificación, únicamente desarrolladas para la construcción de catedrales, y empezaron a construir sus viviendas siguiendo el crecimiento natural y orgánico de la propia ciudad.
Las calles, con la especialización de los artesanos, empezarían a agrupar gremios y así cada calle guardaría una especialización, cuchillería, espartería, herrería, etc. De ese modo, también, se crearían los barrios judíos, expertos en el trabajo por gremios.
El comercio seguiría existiendo, pero de forma más centrípeta, autoabasteciéndose, pues el miedo a lo desconocido, a invasiones, a monstruosidades, daría como resultado el atrincheramiento en ciudades amuralladas con grandes fortalezas para protegerse de las grandes invasiones.
Todo ello acababa proyectando una imagen de cerrojo, cerrada y hermética, de las ciudades medievales, poco salubres por la falta de cloacas (existentes en ciudades romanas), por la cercanía entre las edificaciones, casi pegadas las unas a las otras, cosa que produjo que las grandes infecciones de enfermedades se propagaran con facilidad, como la peste negra, que exterminó casi dos terceras partes de la población europea.

Las ciudades volverían a abrirse con el renacimiento. Un movimiento cultural que volvería a tener como centro de todo al hombre, a pesar de la iglesia, y trataría de abrirse al mundo.
Los puertos marítimos crecían, pues los intercambios (y batallas) en el mar eran de mayores magnitudes que hasta entonces. El intercambio de mercancías era más abultado y más enriquecedor, por lo que la incipiente burguesía empezaba a amasar sus emporios mercantiles (la palabra emporio procede del griego "emporion" que significa mercado y que dio nombre a Empuries, provincia de Girona). Con las ganancias, la burguesía, estrato social más apegado al placer estético del arte, invirtió grandes sumas de dinero en la creación de museos, basílicas, plazas, monumentos y se preocuparon por la conservación de estos. Así, también se convirtieron en grandes mecenas junto a la nobleza de grandes autores y artistas, que volvían a poner el ojo en las formas simétricas y armoniosas.
Las ciudades se convertían en auténticas capitales mercantiles y los puertos un hervidero de personal.

La Edad Moderna atrae más el placer estético y el carácter más práctico de los espacios de las urbes. Grandes plazas alrededor de los edificios importantes para el recreo de los ciudadanos y el buen transitar de estos.
La iluminación de las calles principales se llevaba a cabo con pequeñas hogueras de leña sujetas en farolas de forja de hierro que colgaban de las fachadas de algunos edificios desde la Edad Media.
El empedramiento de las calles favoreció el poder ir más limpio, dejando atrás las manchas de barro cuando llovía, o el polvo en las vestimentas cuando se levantaba ventisca o pasaban caballos al trote o galope.

Pero con la llegada del totalitarismo, las monarquías absolutistas, llegarían las ciudades barrocas y su gran ostentosidad imperial. Planos radiales hacían llegar sus calles al centro de la ciudad, en los que se encontraban palacios, basílicas y otros edificios históricos de poder. Se construyen grandes prisiones para ajusticiar a los enemigos del rey, que no eran pocos, y el cargado arte barroco se dejaba ver por las columnas de mármol rojas, fachadas semejantes a teatros griegos, por la idea de la visión de la vida como un teatro en el que todos actuamos, y en plazas perípteras arqueadas churriguerescas.
Núcleos urbanos como París, Viena, Roma, Madrid o Salamanca empiezan a surgir entre las ciudades más importantes.
Figuras ecuestres, pedestres, sedentes, y de todas formas imaginables aparecían de todos y cada uno de los gobernantes de las grandes ciudades y sus respectivos países.
Es el momento de jugar con las formas, hacer surgir fuentes con agua corriente por doquier, jardines, avenidas y ganas terreno al agua con la urbanización de las ramblas. El teatro cobra fuerza y surgen ateneos. Las universidades están en plena ebullición y las calles se ensanchan para dejar pasar los carros tirados por caballos.

Pero el cambio más significativo, notorio, trascendental y radical se daría en el siglo XIX con las revoluciones industriales.
Es aquí, con la industrialización de las ciudades, donde aparecen los grandes arquitectos y urbanistas.
El trabajo se trasladaba casi por completo del campo a la ciudad. Las fábricas empezaban a plantarse en la periferia de los antiguos núcleos urbanos siguiendo el curso de ríos sobre los que se verterían los deshechos.
De nuevo, plano radial. Cuando más se alejaba del núcleo urbano, menos servicios podía encontrar para los ciudadanos que vivían en condiciones precarias e insalubres cerca de la contaminación de las fábricas y el aglutinamiento humano que extendería la sífilis desde los barrios bajos hasta la alta burguesía.
Calles iluminadas con gas. El gas ya se usaba tanto en iluminación urbana como doméstica. Grandes cañerías de gas cruzarían el suelo de las ciudades, junto a tuberías de agua corriente, calentada por termos y así hasta llegar al modernismo, en el que los radios se veían superados por los extrarradios y la población de las ciudades se multiplicaba por diez.
Colonias industriales se plantaban en las cuencas de los ríos a medio camino entre su nacimiento y su desembocadura. Pequeñas colonias de casas rodeando la fábrica en cuyo recinto se encontraba incluso una iglesia para rezar y varias tiendas de alimentos, como panaderías, etc. propiedad del propio patrón de la fábrica para que, así, el capital se quedara siempre en su bolsillo. Él pagaba a los obreros que compraban en sus tiendas de su colonia industrial, y así, el obrero trabajaba más horas porque evitaba desplazarse, etc.
Todo ello estaba pensado por la funcionalidad de la ciudad. Se tenía que ganar tiempo para poder hacer desplazar al obrero de su hogar al trabajo, así como para transportar mercancías, materias primas para ser manufacturadas, etc.
Y la gran máquina de vapor, que tanto revolucionó las ciudades, lo hizo más aun cuando se construían ciudades lineales, ciudades que seguían el curso de una vía férrea.

Transformación detrás de transformación en poco tiempo. Y con ello los teatros, pubs y cabarets, que era lo que entretenía más al burgués que al proletario (básicamente porque el proletario no tenía tiempo para poder dedicárselo al ocio).
Las ciudades se transformaban, y de la expansión longitudinal de la industrialización, en cuyo centro se elevaban edificios de hasta ocho plantas, con la economización del espacio de la primera mitad de siglo XX se empezó a reinventar la ciudad, está vez jugando con la verticalidad.
Los inventos del automóvil, el montaje en cadena, la luz eléctrica que llenó las calles desde Timisoara hasta Nueva York, la radio, el dirigible (zeppelin), avioneta... todo ello hizo necesitar un espacio más amplio y aprovechar al máximo el existente para lanzar edificios hacia arriba, superando las 20, 30 plantas de altura...
Los cines van apareciendo para el ocio y las autopistas y grandes líneas de tren se proyectan para unir unos núcleos urbanos con otros.

Y de pronto la explosión del transporte. A mediados del siglo XX los medios de transporte se perfeccionan, haciéndolos más voluminosos y con mayor capacidad, así, las mercancías llegaban ya tanto por tierra con grandes camiones o trenes, mar, con enormes ferris cargueros y aire con aviones que aumentaban de tamaño y potencia con los años.
Los aeropuertos empiezan a ganarle parte del terreno que tenían los puertos marítimos, hasta entonces, casi hegemónicos del intercambio y traslado de mercancías.
Los centros urbanos lo siguen siendo también del ocio, como ya lo fuera en la antigua Roma.
El acero propició el levantamiento de edificios aun mucho más altos y hacia los años 70 y 80 del siglo XX, aleaciones de ese metal, con aluminio, hizo posible la construcción de edificios de más de cincuenta plantas de altura.
Época de finanzas, del imperio capitalista, finales del siglo XX. Las ciudades se nutren con edificios altísimos y empiezan a aparecer los núcleos financieros, llenos de rascacielos de acero, aluminio y cristal. La periferia queda contrastada entre urbanizaciones de alto standing, generalmente a pie de montaña, alejados de la contaminación del tráfico denso, con otra clase de periferia, la casi chabolista, de casas de cemento, yeso y ladrillo las más afortunadas. Otras periferias, los barrios obreros, con grandes bloques de pisos esbeltos como muros, puestos los unos delante de los otros, discriminando cada vez más una clase de población de la otra, tratando de mezclarse cuanto menos mejor.

Principios del XXI, la ciudad tecnológica. El ocio se trata de llevar a nuevos emplazamientos. De donde en un principio no habría nada, arena, campo o bosque pegado a la ciudad o entre poblaciones, de pronto son regados con grandes proyectos urbanísticos fruto de la especulación inmobiliaria que tanto beneficio da a los propietarios de empresas del acero, del cemento, y constructoras... ¿Cómo ingeniárselas para lograrlo? Con proyectos como "el fórum de las culturas" del 2004 en Barcelona, la exposición universal del 2008 de Zaragoza, las olimpiadas del 2012 en Londres... Todo ello sirvió para que en Barcelona, un barrio marginal acabara siendo arrasado y aprovechando zonas sin urbanizar para crear un nuevo barrio, Diagonal Mar, con grandes edificios, parques y, sí, un centro comercial. Era la época de plantar un centro comercial en cada nuevo proyecto urbanístico de viviendas para atraer a la gente a barrios de fuera del centro de la ciudad. El ocio se trasladaba. ¿Y la excusa para expulsar a centenares de familias de sus casas para derruirlas y crear esos barrios? El fórum mulicultural mundial, con el que se silenciarían los llantos y quejas vecinales tratando de vender algo espectacular, voceando por doquier el gran acontecimiento que supondría... y que acabó siendo un pufo y un fracaso.
Las olimpiadas también han servido para reurbanizar la ciudad. Ciudades olímpicas crecían de la nada, especialmente a finales del siglo XX y hasta la actualidad.

Pero, como decimos, la tecnología apremia, y si hace falta volver a traer el tranvía, para comunicar por encima del suelo una ciudad que por debajo está hecha un queso gruyere por la perforación de túneles de metro y trenes, pues se trae. Si se tiene uno que inventar un aeropuerto para hacer viajar a gente en poblaciones que no llegan a los 100.000 habitantes, se planta, total, las constructoras, ayuntamientos, ediles, concejales, y hasta ministros, ganan. (Pero será mejor dejar de lado el plano político y centrarnos en lo meramente urbanístico, no es plan de enfadarse más)...

Centros de convenciones, centros de investigación y desarrollo, nichos de empresas, iTechs...

Avanzan los tiempos, a pasos agigantados, y la ciudad evoluciona del mismo modo. Surgen puertos y centros tecnológicos, como el de Tokio, considerado el mayor centro tecnológico del mundo. Se crean diques y se le gana terreno al mar, creando plataformas sobre las que se construye edificios.
Se pasa de los 300 metros de altura, a los 400, y de los 417 de las torres gemelas a finales del s.XX, a los 828 del Burj Khalifa en Dubai, ciudad "inventada" por los jeques y príncipes árabes en donde antes sólo había arena.
Grandes y grotescos edificios de formas estrambóticas y parabólicos poblan diversas zonas de la ciudad en pos del progreso tecnológico.
El tendido eléctrico de la ciudad deja de verse, se soterra, como el tren, para ganar espacio.
El cable telefónico deja de colgar por las fachadas de los edificios para ser sustituido por la fibra óptica. Los cables son más visibles que las cañerías o canalones. La iglesia pierde la hegemonía del "skyline" de las ciudades y éste es tomado por los edificios financieros y tecnológicos.
Grandes antenas son puestas sobre los tejados, emitiendo ondas por todos lados. Y, por las calles, ya no pasean personas saludándose, sino zombies mirando la pantallita de un aparato que sujetan con sus manos, tropezando torpemente con todo aquello que se les cruza en el camino.

Eso sí, si algo bueno está aportando el avance tecnológico a la ciudad es la sostenibilidad. Se trata de hacer que la vegetación resurja por la ciudad, se intenta reducir la emisión de CO2 y otros gases nocivos a la atmósfera y se intenta cambiar el combustible por electricidad, pero los señores del petroleo son muy poderosos para permitir que tal avance se produzca de manera rápida y eficaz. Se necesitará más tiempo para eso.


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