jueves, 2 de abril de 2015

Ficciones (3): La heroicidad de lo iracundo.

Podría empezar mi descripción de lo vivido hablando de Butler, pero me aburriría... ¿Qué monótono y monotemático se tornaría todo de golpe, no es cierto?
En lugar de ello, voy a hablar de lo que realmente me importa, de mí misma.

Bueno... podría hablar de mí, pero obviaría lo irritante del asunto. Y es que Pedro está consiguiendo cada vez más protagonismo, y eso no me irrita, al contrario, celebro que así sea, que el muchacho vaya acoplándose al grupo y vaya generándose de nuevo situaciones que den para más derrame de tinta. Pero... ¿no nos estamos pasando?

Está claro que a Angie le gusta, porque le gusta. Pero... ¿cuáles son las verdaderas intenciones del oscurillo ese? Como sea hacerle daño a mi Angie me lo cargo. Me da igual si sabe alquimia o conjura un tipo de magia negra en mi contra. Yo me lo cargo.
Angie dice que le envuelve un aura mística... que se le ve misterioso y que su silencio habla más que su propia boca, pues desprende palabras de los demás sin necesidad de obligarles a decir nada. Me resulta inquietante.

No, no creo que Pedro quiera hacer daño a nadie, al menos de momento. Parece de los tipos que sólo agreden para defenderse, nunca atacan primero.
¡¿Qué diablos?! ¿Pues no estoy hablando yo de la extraña pareja en vez de explicar mis intríngulis del día a día?

Pues nada... que los celos de Víctor nos van a dar por... que nos van a molestar. De hecho ya está pasando. Angie se ha enfadado ya alguna vez con él y se ha ido un par de veces sin acabarse el café. Y no me extraña... ese tío es tonto.
Jesús a veces le baila el agua... pero por suerte tiene el momento preciso de discernir entre broma y burla. Víctor no, es desmedido y grotesco. Cáustico. Irritable.

El caso es que iba a sacarme hoy un cortado de la máquina, que más que café parece que nos echen "droja", como en el colacao de José Tojeiro (en paz descanse), y allí estaba ya Víctor, como oportuno y calculador, echando la moneda a la espera de que alguien se acercara a la máquina. Y claro... tuve que ser yo. Así que, apoyado él en la máquina de café de la sala de descanso, mirando de reojo por debajo de su antebrazo y con su actitud prepotente y chulesca que destila de los chavales de los ochenta, soltó:

- ¿Qué, Mar, torbellino, un cortado, corto, cortito?-
- Corto tienes tú el cerebro. ¿Para cuando vas a acabar los cuadernillos Rubio? Se te pasa el arroz y tienes poca recursividad.-  Le contesté seca y quedándome tan ancha. Pero el lerdo quería guerra.
- Si tan docta se cree, señorita Ledesma, puede alfabetizarme cuando le plazca.- Contestó el ca**llo.
- No es alfabetización de lo que usted, señor Gutiérrez, anda más carente. Educación, eso le falta, educación. Y a su edad ya poco puede hacerse que no haya hecho su santa madre.-
El mentecato echó a reír. ¡Echó a reír! ¿Pero qué le hizo tanta gracia si esta vez intenté salpicar con cierta acritud mi comentario? ¡Pues el merluzo se echó a reír como un energúmeno!
- ¿Qué te hace tanta gracia?-
- Estás encantadora cuando te enfadas. El nigromante ese no es el único que tiene un puntillo. ¿Sabes?-
- Mira, Víctor, que te den.-

Y sí... ese día yo tampoco acabé el café. ¿Pero qué le pasa al tío ese? Yo creo que anda molesto con la llegada de Pedro. Se está llevando todas las atenciones con muy poco esfuerzo, y él no las consigue ni con estudio y premeditación. Pobrecito.

Podría describir mi estado de forma poética, diciendo que las pinceladas de envidia entorpecían una conjugación de colores perfecta, que me encantan las rosas rojas que tiene Angie en su mesa, que aunque suene encorsetado encaja perfectamente con el halo oscuro del nigrom... de Pedro, que a su vez queda bien encuadernado en la ausencia de notoriedad de Noe, y enlazan en el arcoíris de Sandri, para acabar en mi azul marino, que refleja el verde de Jesús, y no por que sea un pervertido (que no le considero como tal), sino por la paz de la palabra exacta en el momento preciso con la que nos obsequia a menudo. (A ver si hoy acierta y dejo de estar tan alterada). Pero por ahí pululaba Víctor, con su agónico existencialismo, cuyo ego aplastaba cualquier momento de paz.
Yo creo que podría perfectamente ser el payaso de "IT". Igual el Maine de Stephen King no anda tan lejos de esta editorial.

En fin... las cinco y yo sin acabar... ¡El día que me ponga a repartir verdades devolveré el equilibrio al mundo!

Mar... como el mismo mar.

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